Publicado el: 9/4/2020 12:00:00 AM por Admin

La pandemia de la COVID-19 ha trastocado el panorama electoral en América Latina. Al menos 12 elecciones programadas en la región han sido pospuestas, incluyendo los comicios presidenciales en Bolivia y República Dominicana —finalmente celebrados el 5 de julio— y el plebiscito constitucional en Chile.

América Latina no está sola: de acuerdo con los datos del Instituto Internacional para la Democracia y Asistencia Electoral (IDEA Internacional), más de 70 países y jurisdicciones subnacionales en el mundo han decidido postergar eventos electorales de todo tipo y más de 50 los han llevado a cabo en condiciones de pandemia.

Pero en la región, que ha batallado por décadas para dar credibilidad a sus elecciones, debemos estar más atentos que nunca y preparar los procesos electorales para enfrentar los desafíos planteados por la crisis del coronavirus.

En los próximos 25 meses habrá nueve comicios presidenciales en América Latina. Muchas de estas elecciones se llevarán a cabo en un contexto aún definido por la emergencia de salud. Preservar la capacidad de las democracias latinoamericanas para celebrar elecciones exitosas es vital: las elecciones son con frecuencia la única válvula de escape para sistemas políticos sometidos a las extraordinarias presiones derivadas de una crisis sanitaria y económica sin precedentes. Prestar atención a las lecciones que arroja el acervo de experiencia electoral acumulado en los últimos meses es urgente.

La primera de esas lecciones es la importancia del consenso político para sustentar las decisiones que se tomen sobre el calendario y los procedimientos electorales. La decisión de celebrar o posponer elecciones en medio de una pandemia involucra desde consideraciones de salud pública, hasta la potencial lesión a la legitimidad derivada de una baja participación electoral, pasando por el riesgo de crisis constitucionales. Tampoco son ligeras las determinaciones sobre la habilitación de procedimientos alternativos para emitir el sufragio y las precauciones sanitarias que rodeen la votación. Cada una de estas decisiones es una fuente potencial de fricción política y de esfuerzos para socavar la legitimidad del resultado electoral.

Por ello es esencial que todas estas decisiones se sustenten en acuerdos políticos amplios. Fue así en el caso de la exitosa elección parlamentaria de abril en Corea del Sur. Pero también hay errores de los que debemos aprender. En Polonia, la aprobación atropellada y controversial de reformas para llevar a cabo la elección presidencial en mayo mediante voto postal generó un forcejeo político que llevó a la posposición de los comicios, finalmente celebrados en junio, mediante votación presencial y postal.

En nuestra región, el reciente caso dominicano se acerca a la experiencia coreana y contrasta con la azarosa ruta seguida para definir una nueva fecha para la elección en Bolivia (recientemente fijada para el 18 de octubre), sugerente de la fragilidad de los acuerdos sobre las reglas del juego electoral en ese país.

La segunda lección tiene que ver con la necesidad de habilitar diversas modalidades para emitir el sufragio. El método tradicional de aglomerar a millones de electores, miembros de mesa, representantes partidarios y observadores en centros de votación a lo largo de pocas horas presenta obvios riesgos para la salud pública en medio de una pandemia. Sin embargo, desde el sufragio anticipado y postal hasta las incipientes modalidades del voto en línea, la adopción de mecanismos especiales de emisión del voto por parte de las legislaciones latinoamericanas marcha muy por detrás del grado de desarrollo de otros aspectos de los procesos electorales en la región. No hay un solo país de América Latina que hoy contemple en su legislación la posibilidad del voto postal para los residentes en el país o de extender por varios días la jornada electoral.

La renuencia para adoptar esos mecanismos tiene relación con la extendida desconfianza que afecta, con pocas excepciones, a la institucionalidad electoral en la región.

De acuerdo con cifras de Latinobarómetro, solo 28 por ciento de los latinoamericanos tenía alguna o mucha confianza en la institución electoral de su país en 2018, una caída de 23 puntos desde 2006. En América Latina la introducción de mecanismos especiales para votar es vista menos en función de la participación electoral y más a través del lente de los peligros que implique para la integridad de los comicios. Pero este es el momento para adoptar los pasos necesarios para modernizar nuestros sistemas electorales.

La pandemia ha hecho impostergable generar garantías sólidas de que los mecanismos especiales de emisión del voto no pondrán en riesgo la transparencia e integridad de los resultados. Porque lo cierto es que la ausencia de esas modalidades se paga en participación electoral. En la República Dominicana, el abstencionismo en la reciente elección presidencial aumentó 14 puntos con respecto a la anterior. En Corea del Sur, en cambio, la elección de abril resultó en el más alto nivel de participación electoral en casi tres décadas, en parte por la habilitación del voto postal y de jornadas electorales adicionales, durante las que votó más de una cuarta parte del electorado. Nada de eso fue improvisado: ya estaba previsto por la legislación coreana desde mucho antes de la elección.

Todo esto conduce a un tercer punto: los recursos. La pandemia obliga a adoptar medidas que reduzcan los riesgos de contagio, que van desde la disponibilidad de mascarillas y demás materiales de protección, hasta la apertura de más centros de votación y la extensión de la jornada electoral. En particular, prolongar la jornada electoral —que permite controlar el flujo de votantes a las urnas— luce hoy como una opción viable para casi cualquier país de América Latina. Si se quieren elecciones adecuadas hay que estar dispuesto a dar mayores recursos financieros y humanos a las autoridades electorales.

Pero nada de esto garantiza el éxito, pues hay un cuarto factor, crucial: al igual que tantas otras cosas, las elecciones exitosas dependen, en última instancia, del control de la pandemia.

Celebrar elecciones en cuarentena es imposible. Aún más, la evidencia muestra que el momento de la curva de contagios en que se encuentre un país impacta decisivamente la participación electoral. El aumento de esta en Corea del Sur debe mucho al hecho de que la elección se celebró cuando el número de contagios tenía más de un mes de haber sido estabilizado. Por el contrario, elecciones celebradas en medio de brotes crecientes, por ejemplo los comicios parlamentarios de Irán en febrero o las elecciones municipales de Francia en marzo, experimentaron caídas aparatosas en la afluencia de votantes.

Estos son apenas algunos aprendizajes que los países latinoamericanos, confrontados con un ciclo electoral en condiciones complejas, harían bien en tomar en cuenta. La celebración de elecciones periódicas, libres y transparentes es el área más exitosa del desarrollo democrático de América Latina durante las últimas cuatro décadas. Eso es un motivo de esperanza, pero no lo debe ser de complacencia: proteger ese avance nunca ha sido más urgente.

 

 

 

 

 

 

 

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